lunes, 10 de mayo de 2010

Música y lecturas


No tenemos tiempo para escuchar toda la música que deberíamos. Entre el trabajo y las lecturas diarias, no es mucho el tiempo que nos queda. Yo mezclo, musicalizo. Abro El afinador de pianos (Salamandra) de Daniel Mason y releo sus pasajes más musicales. De fondo suenan nocturnos en un piano Érard, el tipo de instrumento que inspiró a Mason para escribir su exitosa novela. Un piano más romántico que clásico. Es un modelo de 1837 el que escucho y sobre el que Bart van Oort posa sus manos para recrear las páginas de Frédéric Kalkbrenner, Clara Schumann, Edmond Weber, Charles-Valentin Alkan, Mikhail Glinka e Ignacy Feliks Dobrzynski, entre otros. Una delicia del sello Brilliant. Otro libro, otro éxito. La elegancia del erizo (Seix Barral), de Muriel Barbery. ¿No es acaso el capítulo octavo de la quinta parte lo más melómano de la novela? “No es sólo bella, es sublime, y lo es por un encadenamiento increíblemente denso de los sonidos, como si los ligara una fuerza invisible y como si, a la vez que se distinguen, se fundieran los unos con los otros, en la frontera de la voz humana, casi en el territorio ya del lamento animal.” Son palabras de la profesora de filosofía que escribe sobre el Dido y Eneas de Purcell y yo recuerdo las grabaciones de Haïm (Virgin) y la de Jacobs (Harmonia Mundi). Son complementarias, tanto que si sacamos un poco de aquí y otro poco de allá, armamos un cuadro perfecto. A René Jacobs le cedo la batuta, ni dudarlo, y a Emmanuelle Haïm la relego al continuo. Susan Graham canta Dido y Gerald Finley, Eneas. Belinda, Rosemary Joshua. La hechicera queda perfecta en voz de Felicity Palmer y las brujas inigualables con Dominique Visse y de Stephen Wallace. Charles Daniel, el espíritu y Paul Agnew, el marinero. Shakespeare, la invención de lo humano, de Harold Bloom, lo acompaño con pavanas de compositores isabelinos. Escojo otro libro. Chopin, de Bernard Gavoty (Vergara) y ahora escucho una gran selección de piezas editadas por el sello Alpha. Arthur Schoonderwoerd y un Pleyel de 1836. Nada como escuchar romanticismo en un piano de época. La sonoridad te transporta, te eleva. Soy un convencido de las interpretaciones con criterios historicistas, para todos los períodos de la música. Y ante ese tipo de registros me inclino preferentemente. Otra biografía, escrita por Christoph Wolff y reeditada por Ma non troppo, ahora en un solo tomo. Bach, el músico sabio. Divago entre sus páginas y selecciono algunas piezas para el clave, al azar. Christophe Rousset y las suites francesas, también las inglesas. Uno siempre vuelve a Bach. ¡Qué maravilla! Nos falta tiempo para tanta lectura, para tanta música…


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